Escribo desde una página en blanco de la noche del 7 de enero, en realidad. Lo que pasa es que, técnicamente ya es 8 y una tiene que cumplir con la rigurosidad científica que tanto necesito. Es más de medianoche y sigo entaconada con mis botines negros que me hacen creer que las tengo todas conmigo.
En momentos como estos entiendo la magia líquida de los escritores malditos. Llevo meses sin poder enfrentarme a nada con mis armas de tinta y ahora que no las tengo todas conmigo, que mis pensamientos tienen forma de vaso medio vacío, ahora es que me siento a escribir.
Ya no sé si te escribo a ti -porque, por supuesto, siempre estás en mis pensamientos etílicos- a mí, o es que el vicio del alcohol me hizo buscar el placer que me genera la escritura. Pero aquí estoy, sin saber bien lo que pienso ni lo que hago ni lo que escribo. Ni siquiera me sale la letra bonita. Ni siquiera me sale la letra bonita porque entre todo esto se esconde mi cansancio perenne, pero aquí estoy, hablándole al futuro.
Espero poder recordar cuánto me duelen los ojos mientras disfruto del sonido del bolígrafo, y lo que me cuesta respirar. Frente a mí, una copa vacía, un vaso de ron lleno y un silencio ensordecedor. Tanto, que prefiero llenarlo con un papel e incoherencias antes que dejar que dichas incoherencias tomaran forma en serio en mi cabeza.
Porque así somos, o así soy, en realidad; qué manía de hablar siempre en colectivo cuando se trata de resaltar defectos estructurales: un desastre como la puntuación de esta oración infinita. Cada vez que hay un silencio, prefiero llenarlo con algo que te aleje de mí. Puntos y comas, puntos y seguidos, dos puntos y uno aparte. Lo que sea con tal de no sentir el hueco en el pecho que no me deja respirar. Con el vino al menos tengo la excusa de que la respiración se espesa; con los libros al menos puedo pensar que estoy pensando en otra cosa; con mis palabras al menos puedo pensar que lo que sangra es el bolígrafo, no mi corazón. Cualquier cosa con tal de no dejarte invadir de nuevo mi papel en blanco.
Espero poder recordar el sueño que tengo mientras escribo esto y lo poco que quiero dormir. Porque este insomnio milenial viene con miedo al descanso, ya sea por perder el tiempo o por ganar demasiado.
Pero de lo que nunca me olvidaré, porque quedarán evidencias indiscutiblemente visibles por estos rastros de tinta, es de lo mucho que me pesa la mano para escribir. Y no me entiendas mal, futuro, lo disfruté como nadie. Vaya que si lo disfruté, cada curva como si deslizara mis manos por un cuello frágil. Y eso no quita que el cansancio pueda estar presente en cada segundo de gloria.
Que gran camuflaje me has mostrado. Me acabas de enseñar a captarlo. Eres grande mi pequeña, eres grande.