Euclides

Ahí estaba yo, danzando en un Espacio Vectorial Euclidiano. Todo era tan ordenado y perfecto, que rozaba casi el caos. Al principio no pude evitar maravillarme en medio de un desorden ordenado. Supongo que, en el fondo, esa es la esencia del caos, conclusión que ocultan los grandes matemáticos. Intentan disfrazar de orden a su mundo geométrico y numérico, pero ni ellos mismos se creen esa mentira. En el fondo, no los culpo. Tienen que sentirse seguros de alguna manera, y el desorden no es algo con lo que el ser humano exclusivamente racional se maneje muy bien. Al fin y al cabo, hablamos de humanos, no de dioses.

Un poco más allá, tras un plano inclinado atravesado por una recta, vi a Descartes sentado en sus ejes de coordenadas. Tenía un libro en la mano y alcancé a ver la cubierta, que rezaba “​Cómo se humanizan los gatos​”. Solté un grito de alegría y llamé su atención. Es que no pude evitarlo. Aún recuerdo cuando, la primera vez que me llevó a ese lugar, me regaló ese libro que había escrito para mí.

-Iba a regalaros un espejo, pero esto os refleja mejor, Volpe

Mi amado Descartes. En su frialdad científica siempre adiviné una chispa febril y por mucho que se empeñase en mantener el vector que nos separaba, sabía perfectamente lo mucho que le costaba no estar pegado a mí. Pero eso fue lo que me enamoró, seguramente.

Levantó la vista del libro y me miró desde lejos. Adiviné la sorpresa en sus ojos. Hacía mucho tiempo que no me pasaba por allí y lo había pillado infraganti recordándome. Sin embargo, no hizo mayor amago de venir hacia mí y lo agradecí. No me hubiera perdonado el haberlo interrumpido en su estudio en vano. Así que le dediqué una dulce sonrisa y seguí mi camino.

De vez en cuando, me hacía bien pasearme por allí, un poco de racionalidad pura y dura no me venía mal, pero al poco rato ya empezaba a echar de menos mi mundo irracional y vivaz de las artes humanas. A lo mejor por eso, mi Descartes y yo no terminamos de cuajar bien. Él, en un intento de conjugar su amor por las Matemáticas y por mí, me quiso arrastrar a su mundo perfecto, pero yo simplemente no pude. Me maravilló tanto como el mundo de la locura, pero no pude dedicarme únicamente a él. Necesitaba de ambos, necesitaba ir y venir con libertad. En el mundo de mi Descartes no había el suficiente espacio para mí y no lo quise poner a elegir. Qué cruel hubiera sido para ambos.

Volvió a deslizar sus ojos por las líneas del libro y yo di media vuelta, siguiendo el vector que me llevaba a mi Mundo de la Vida. Mi Nietzsche me esperaba desde hacía rato ya. Pero antes de dejar el Espacio Vectorial Euclidiano, voltee mis ojos para admirarlo a consciencia y agradecí, una vez más, a Euclides por haberlo creado. Sin él, no hubiera conocido a mi Descartes, mi vida hubiera quedado hueca, no hubiera sabido cómo llenarla sin él y los números.

para admirarlo a consciencia y agradecí una vez más a Euclides por haberlo creado. Sin él no hubiera conocido a mi Descartes, mi vida hubiera quedado hueca, no hubiera sabido cómo llenarla sin él y los números.

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