Visium

Bajo la luz fría del neón su piel parecía de papel. Cualquier otra persona que no supiera nada de lo que estaba ocurriendo ahí dentro todos los días desde hacía medio año y entrase de sopetón pensaría que velaba un cadáver. 

Pero ella sabía perfectamente que no estaba muerto. Lo sabía porque ese tono e intensidad de la luz era el adecuado para la síntesis de vitamina D y no quemar sus párpados cerrados. Lo sabía porque ella misma había calculado los parámetros y se aseguraba de que todo marchaba bien día tras día cada vez que comprobaba su temperatura. Lo sabía porque leía las cifras de sus constantes. Día tras día normales, estables y estáticas.

Apoyó la nariz contra el cristal y un escalofrío la recorrió entera. Estaba frío, igual que ese cubículo en el que yacía, igual que esa habitación donde se había encerrado. Sin poder evitarlo suspiró y su aliento empañó la superficie. Miró a ambos lados para asegurarse de que no estaban observando y se volvió hacia el agua condensada. Deslizó el dedo dejando que el sonido de la fricción llenara el vacío y dibujó una carita feliz. Estaba intentando llamar su atención de alguna manera, ya fuera por el sonido o por el humor. Pero al otro lado del cristal nada se movió. Todo siguió igual.

Apretó la mandíbula y clavó una mirada preñada de rabia en la frente de él. Era la tercera vez desde que empezó el día que sentía subir por sus entrañas lo más terrible de su ser y apenas estaba saliendo el sol. 

Esta vez todo estaba mezclado con una pizca de vergüenza por su comportamiento infantil y la remota posibilidad de que alguien la hubiera visto hacer eso. Sabía que no iba a tener ningún tipo de respuesta por mucho ruido que hiciera, incluso antes de plantearse hacer nada. Pero ya ni la evidencia le bastaba.

Iba a verlo dos veces al día, antes y después de su turno en el laboratorio. Seis meses atrás no se habría imaginado que su vida entera empezaría a girar en torno a un sarcófago de cristal, incluso si ella misma había contribuido a esa situación.

“Podemos buscar un sujeto de pruebas” había dicho él. “¿Pero es seguro ya?” preguntó entonces ella. “Por supuesto, ya lo has visto. La máquina está terminada y la probabilidad de colapso cerebral es del 0,04%” explicó, aún sabiendo que su esposa conocía ese dato. Y también sabía que la experiencia que proporcionaba era tan envolvente que no tenían todavía muy claro los aspectos psicológicos entre la diferenciación de realidad y Visium. 

Pero el brillo de orgullo que vio en sus ojos la ayudó a decidir que debía ser él quien entrara primero. Insistió en que no se preocupara por nada, lo alentó a continuar adelante. Lo metió ahí dentro y tomó la decisión por él. ¿Qué otra opción tenía? En esa mirada estaban todos los años de sacrificio e investigación que él había empleado y supo que no había amor humano suficiente como para cortar sus alas. No sería justo que otra persona viviera la experiencia que Michael tanto anhelaba. 

Ella hizo lo que en ese momento le pareció correcto y lógico. Pensó que podía soportar su ausencia, se convenció a sí misma de que sería capaz de distraerse con sus otros proyectos. Pero no contaba con que la abandonaría de ese modo, justo delante de sus ojos.

Al principio pasaba el día en esa habitación azul mirándolo respirar. Le daba miedo que regresara y no la viera a su lado, como siempre había hecho desde que emprendieron aquel disparate. Pero conforme pasaban los meses las visitas se redujeron. 

Lo veía día tras día alejarse de ella y del mundo fuera de esa caja de cristal. Eso que sentía en su pecho cada vez que lo veía sonreír por algo que estaba ocurriendo al otro lado era desagradable y real. Tenía delante otra prueba de que estaba vivo y le faltaba el aire, pero no quería aceptar lo que a ella le estaba ocurriendo. No podía arrepentirse de lo que ella misma había ayudado a crear, ¿no?

Acudía solo para cambiarle el suero que lo alimentaba. ¿Qué estás haciendo, Michael?, se preguntaba sin parar.

Recostó la espalda en la silla sin dejar de mirarlo. Sería tan fácil… solo desconectar los cables y estaría de vuelta en casa. Puso la mano en uno de ellos y lo apretó, pero su mano no se desplazó. Sí, eso que la asfixiaba era un odio casi tangible que había ido creciendo sin remedio. Pero no entendía por qué no podía frenarlo. No quería sentirse así, no podía.

-Aún no lo haremos volver, doctora Swan -había dicho Víctor.

Camila lo había mirado sin verlo. El pupilo de su marido, un chiquillo con una inteligencia muy aguda y despierta le estaba dando la sentencia de muerte de su maestro.

-Cada vez que intentamos desactivar las capas superficiales de la simulación para traerlo al estado de consciencia, sus constantes se precipitan al borde del colapso. El cortisol se dispara de tal manera que su sangre se acidifica. La única manera de estabilizarlo es reestablecer el funcionamiento de la máquina.

Meses después de ese horrible día, todavía cerraba los ojos y respiraba profundo para no perder los estribos.

-Hemos intentado insertar imágenes y sonidos de su vida aquí pero las rechaza automáticamente o las ignora -había continuado Víctor-. Si lo desconectamos sin más y lo obligamos a volver, existen altas probabilidades de que sufra daños cerebrales permanentes. El desbalance de dopamina en su cerebro tendría el mismo impacto que el de un adicto durante la mitad de su vida privada de golpe de su droga de repente.

Así que se había transformado en un drogadicto a Visium. Calla, Víctor, por favor. Pero él no la pudo escuchar, evidentemente.

-Para que el doctor Swan pueda seguir con vida debemos continuar con la simulación.

¿Y cuál era la diferencia entre un cadáver y lo que estaba en esa cápsula transparente? Esa fue la primera vez que sintió verdaderas ganas de destrozar el lugar con sus propias manos. Era más fácil conseguir con sus propias manos el título oficial de viuda y vivir así de cara al mundo. No era una idea que le gustase pero al menos era una situación fácil de entender. Pobre mujer, perdió a su marido en un experimento, pensarían. La ciencia muchas veces se lleva vidas valiosas por delante.

¿Matar al amor de su vida? ¿Con qué excusa? Si ella misma lo empujó a cumplir su sueño. Con qué moral, con qué razonamiento. ¿El de sus sentimientos?

-¿Doctora Swan? -insistió Víctor.

Necesitaba su autorización. Por supuesto, había respondido Camila sin delatar sus pensamientos. Era su obligación como investigadora amante del progreso al mando de ese proyecto. Era su obligación como esposa amante de la mente de su compañero. Había tomado todas las decisiones desde el principio y ahora no podía flaquear.

Pero esa noche había llorado lágrimas amargas. Cuando se quiso dar cuenta, tenía la mandíbula agarrotada de tanto apretarla y los nudillos ensangrentados. La piel de sus mejillas ardían por el sodio. Ese fue el primer día en el que odió a Michael. 

Y fue el día en que supo que una vida crecía en su interior. Lo dedujo por la falta de apetito y las ganas tan apremiantes de vomitar cuando olió el café que se preparó para disimular las ojeras. Antes de que Michael se fuera, se juraron lealtad para siempre y sellaron el pacto con lo que Camila creía hasta entonces que era el sueño de ambos por encima de cualquier cosa. Qué ilusa. Pero es que Michael nunca le había mentido. Eso era lo peor de no poder culparlo de nada.

A pesar de todo, iba a verlo todos los días y cumplía con su parte del trato.

-¿De verdad eso que hay al otro lado es tan maravilloso como  para no querer volver? -le preguntó en voz alta como tantas otras veces.

Tampoco hubo respuesta para esto. Soltó el cable que aferraba y se levantó. Ya iba siendo hora de que aceptara la realidad: un mundo inexistente había ganado contra ella. Soltó una risotada incrédula. Otras mujeres procuraban vigilar los ojos de sus maridos de las curvas de otras posibles rivales. Camila tuvo que luchar contra metal, electricidad, plástico, luz y cristal.

Maldito seas, Michael, cómo me has hecho odiarte tanto. Aunque no hayas hecho nada. Volvió a mirar las constantes, los interruptores, los cables. Estaba cansada de tomar decisiones sola. Me has dejado sola.

Se mordió los labios y puso de nuevo la mano en el cable, con más fuerza contenida que nunca. Es solo un gesto y lo tendría de vuelta. 

Pero pasó lo de siempre. De repente sintió una patada en su vientre que la paralizó por completo. Era como si su hijo percibiera los niveles de odio en sangre de su madre y supiera que debía guiarla. No estaba sola.

Soltó aire violentamente con una sonrisa grotesca. Pues claro, no podía olvidarse de su responsabilidad en todo ese circo. No podía sucumbir a sus instintos por un mero sentimiento como él había hecho. Ella había hecho lo correcto y estaba dispuesta a hacérselo saber.

Así que, una vez más, volvió a sentarse en la silla. Veía el suero recién cambiado entrar en las venas de su marido y acariciaba su vientre redondo con ternura. Pues claro que iba a esperarlo, porque estaba segura de que tarde o temprano iba a volver. En ese lugar no existía la eternidad, por muy perfecto que pudiera ser. Tarde o temprano se vería forzado a regresar a este lado triste de la realidad.

Y sobre todo tenía que esperarlo porque necesitaba escuchar de su propia boca qué es lo que había tan fascinante en la inexistencia. Debía ser él mismo quien le explicara qué era lo que Visium le había dado y que ella jamás podría suplir. Y lo conseguiría aunque tuviera que entrar ella misma a buscarlo.

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