Quien quiere, llega sin aviso ni permiso. Se cuela por la primera grieta que encuentre en los muros que te protegen y entra hasta los rincones más delicados de tu ser. Te adelanto que lo único que se puede hacer es sentarse a ver cómo la desnudez de la vulnerabilidad te viste de gala para esa visita inesperada.
Querrás saber cómo parar los escalofríos que te recorrerán cuando encuentre las reliquias escondidas de tu mente y quiera examinarlas. Querrás deshacerte de esa sorpresa que te deja casi sin aliento. “Ni que tuvieras quince años”, pensarás como pensamos todas las que cargamos con heridas a la izquierda del pecho y volvemos a sentirnos así después de mucho tiempo.
Pero te dejarás maravillar por ese factor sorpresa, y como buena estratega, sabrás reconocer los méritos de quien te enfrentas. Y solo por el hecho de alargar ese disfrute que sentirás entre tus neuronas, le darás el beneficio de la duda. Verás cómo brillan sus ojos a medida que se adentra en los laberintos de tus secretos, y cómo intentará iluminar con su lógica las partes más oscuras, y cómo querrá besar las llagas que se han quedado en la flor de tu piel.
Y entonces llegará el silencio que compartirá con tus miedos, un punto del plano inclinado en el tiempo que se sentirá perfecto. Ahí, entre el pánico y el deseo, sabrás que la batalla estaba ganada en el momento que supo ver la grieta en esa muralla tan alta.