Los propios dioses, de Isaac Asimov

Para todas aquellas personas amantes de las buenas historias y la ciencia, sin duda el protagonista de esta entrada es un imperativo de lectura. Isaac Asimov, uno de los padres de la ciencia ficción estadounidense, presenta en “Los propios dioses” una narración cargada de una profunda reflexión sobre el comportamiento humano respecto al progreso científico, enlazado con las inquietudes mundanas del existencialismo humano. Los personajes centrales presentan una serie de conflictos vitales que se funden a la perfección con el nudo central de la historia, nada más y nada menos que la gran pregunta que llena el pensamiento de muchos en las noches oscuras: ¿Qué será de nuestro universo?

“Los propios dioses” empieza en la Tierra, con el doctor Lamont y Bronovki, quienes están intentando dar una explicación lógica y ordenada a uno de los grandísimos descubrimientos de la humanidad que presenta Asimov: la Bomba de Electrones del profesor Hallam. Lamont, quien se dedica a la historia de la ciencia y a estudiar el Parauniverso, descubre ciertos huecos en el desarrollo de los acontecimientos de este gran paso para la humanidad y necesita, casi con desesperación, saber cuál es la verdad tras un elemento que supuestamente descubrió el arrogante Hallam.

Más adelante, siguió como profesor asociado en la Universidad de Filadelfia para investigar en su campo, a pesar de que la institución no le proveía con un salario. No obstante, este prodigio que aprendió a leer de forma casi autodidacta entre los cuatro y cinco años de edad, para entonces ya tenía una prolífera carrera como escritor de ciencia ficción y pudo vivir de estos ingresos. Descubrió este género muy joven y ya con 19 años ya publicaba sus propias obras. Es el creador de la Saga de la Fundación, Yo Robot y se preocupó de divulgar toneladas de contenido científico.

Contra la estupidez…

“Los propios dioses” empieza en la Tierra, con el doctor Lamont y Bronovki, quienes están intentando dar una explicación lógica y ordenada a uno de los grandísimos descubrimientos de la humanidad que presenta Asimov: la Bomba de Electrones del profesor Hallam. Lamont, quien se dedica a la historia de la ciencia y a estudiar el Parauniverso, descubre ciertos huecos en el desarrollo de los acontecimientos de este gran paso para la humanidad y necesita, casi con desesperación, saber cuál es la verdad tras un elemento que supuestamente descubrió el arrogante Hallam.

En esta primera parte se retrata muy bien la competitividad y hostilidad que puede llegar a respirarse en el ámbito científico. De alguna manera, Asimov denuncia el imperio de la fama y la importancia de tener un nombre que sea recordado después de la muerte en pos de la verdad científica, e incluso de la seguridad de la humanidad y el universo entero. Resulta doloroso ver cómo personas apasionadas de su ámbito del saber pueden quedar relegadas a la nada sencillamente porque no tienen la gracia de las personas más influyentes de la ciencia, que no necesariamente tienen por qué ser las más capaces o las que de verdad hayan descubierto algo.

Sin embargo, lo que para Lamont empieza siendo una búsqueda de la verdad termina convirtiéndose en una obsesión que lo lleva a una arrogante posición de ser aquel que tenga la razón. En sus propias palabras:

… pero ellos sabrán, y al final, seremos los héroes de la humanidad.

[…]

Y quieren que demuestre por qué no debo ser despedido por el gran crimen de tener razón


Se hace también una oda al miedo humano a enfrentarse a la posibilidad de no ser la especie más lumbrera de todo el universo, tal y como muchas veces tendemos a pensar. Ante la opinión pública, Hallam se asegura de ser el padre indiscutible de la Bomba de Electrones, cuando en realidad es parte del plan de supervivencia de una especie que habita el Parauniveso, con graves consecuencias para este lado de la galaxia. A pesar de que el propio Hallam sabe que existe esa posibilidad, prefiere hacer oídos sordos y vivir cómodo en su posición de poder. Así somos y Asimov no tuvo pelos en la lengua a la hora de retratarnos como especie.

… los propios dioses…

La segunda parte de la novela se desarrolla en el parauniverso. El autor hace una división de la dimensión humana en tres especies menores que habitan este lugar, que se necesitan las unas a las otras para sobrevivir. Los Racionales izquierdos, los Paternales derechos y las Emocionales medianas. Son seres incorpóreos, gaseosos, que viven en núcleos de tres para fusionarse y crear otros tres individuos con las mismas características existenciales. Es un mundo que funciona como debe y las preguntas de por qué las cosas son así no son bien recibidas y están reservadas para los Seres Duros, entidades superiores, quienes son los verdaderos creadores de la Bomba de Electrones.

No obstante, los seres menores protagonistas son los tres un tanto especiales, pues en su individualidad tienen mezcla de las tres existencias y los hace más avanzados que el resto de su especie. Es muy interesante el retrato que hace el autor de las relaciones entre personajes, así como la propia sexualidad. Ambas cosas siempre combinadas con una carga científica muy bien equilibrada.

Dua, la Emocional de la tríada protagonista, es una protagonista que no se conforma con el supuesto papel que debe cumplir y muestra ansias de conocimiento y explicaciones de lo que ocurre a su alrededor. Más allá de ser víctima de la discriminación de sus compañeras Emocionales, esto llega a afectar incluso a la sexualidad de los tres componentes, pues ella no está predispuesta a “fusionarse” la mayoría de las veces tal y como se espera. Es un personaje que muestra grandes rasgos de sapiosexualidad y gracias a la cual consiguen entender cual es el motivo de su existencia, así como el plan tan peligroso que tienen los seres duros con la bomba de energía.

Y por supuesto, es importante mencionar cómo Asimov emplea leyes básicas del comportamiento de los átomos y el estado de la materia para relatar las escenas de fusión entre los personajes. Es una delicia leer cómo esos seres gaseosos se entregan los unos a los otros y sus partículas, en pleno estado de excitación, se juntan y aceleran, pasando de gas a sólido en un arranque de placer.

… ¿luchan en vano?

… ¿luchan en vano?

Y por supuesto, la dimensión política no podía quedar de lado en una obra tan completa en cuanto a análisis humano. La tercera parte de la obra se desarrolla en la Luna, donde hay una colonia humana que vive bajo el mandato del gobierno de la Tierra. El doctor Denison, una de las víctimas del desprecio científico de Hallam, decide mudarse a este lugar para empezar su renacimiento científico. Lejos de las intrigas terráqueas, considera que hay un gran potencial energético en la Luna que, por alguna razón que conecta con la intriga de la Bomba de Electrones, no se ha explotado lo suficiente. Pero los selenitas, habitantes de la Luna, tienen sus propios planes de revolución contra el yugo de la Tierra, y el líder de esta facción, el doctor Neville, pretende usarlo para conseguir la independencia.

Es curioso como todo está perfectamente articulado en torno a la ciencia, convirtiéndose a lo largo de toda la novela en la única forma de conseguir los objetivos que tienen los distinto personajes. No es para nada una historia lineal, pero a todos los conecta la importancia del conocimiento científico. De alguna manera, Asimov dejó claro que la llave del poder (tanto político como en cualquier otra dimensión) está en dicho conocimiento y en la voluntad de querer seguir descubriendo.

Pero el escritor no deja de lado el enfoque emocional tan particular que emplea en la segunda parte. Continua desarrollando una curiosa forma de concebir el “amor” mediante la relación entre Selene, una guía turística selenita joven y bella, y Denison, quien llega a la Luna con una edad bastante avanzada y con las condiciones físicas pertinentes a su momento vital. Sin embargo, Selene se interesa por el conocimiento que posee este nuevo inmigrante, relegando al último puesto de sus intereses la apariencia física. A esto se le suma la concepción tan liberal de las relaciones emocionales que tienen los selenitas, con el sexo prácticamente olvidado. Nuevamente, el autor construye un vínculo emocional-intelectual sólido y mucho más potente que cualquier placer carnal.

De principio a fin, Asimov dejó esta obra impregnada de su gran creencia en la corriente racional. Todos sus personajes se mueven para saber el porqué de las cosas y no descansan hasta estar seguros de la respuesta. Y por supuesto, no puedo terminar esta entrada sin mencionar el grito que lanza a todas las generaciones venideras para que nunca se cansen de aprender. No hay un punto y final en la carrera del aprendizaje, y el autor lo deja muy claro con la variedad de edades en esta historia. No en vano, él era un férreo defensor del conocimiento libre y la voluntad individual de aprender.

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